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Grandes obras, pequeñas piezas. Grandes piezas, pequeñas obras.

Jorge Llopis se define y se expresa como pintor. Propone una inmersión en la pintura clásica para crear un discurso contemporáneo.
Con un sutil manejo del color afronta una vuelta a la pintura, cuestiona los soportes y materiales en una realidad en la que conviven el óleo con los materiales industriales y tecnológicos.

El pintor adopta una postura valiente en un momento actual dominado por la tecnología y la saturación de imágenes.
Juega con el soporte. El protagonismo absoluto es de la pintura y el soporte es la mínima expresión. Encierra pequeñas instantáneas en cajas de apariencia sólida. Anula el bastidor del cuadro, las manchas de tinta flotan en el aire. Crea retículas en el muro y convierte a este en parte de la pieza.
Jorge hace un empleo magistral de tintas , óleos y grafito que funden con resinas y barnices industriales. Todo un trabajo manual con una técnica aseptica, de apariencia mecánica. La repetición sugiere una estampación serigráfica o digital. Nada más alejado de la realidad.
Cada obra es única, pequeñas instantáneas, manchas abstractas. Momentos congelados. Es el ojo del observador el que los convierte en paisajes. Una ilusión, juego de luces y sombras que parece mostrar lugares naturales en completo silencio. Paisajes imposibles, irreales, falsos. Un engaño en el que sucumbe el espectador por el placer de llevar a su terreno lo que no le pertenece. Lo mismo ocurre con los números que aparecen en algunos cuadros, podemos pensar que son fechas o son únicamente signos.
Con la serie Cúmulos, montajes sobrepuestos en aparente caos, nos dejamos llevar por la imaginación y vamos a contemplar postales con imágenes de lugares lejanos virados a sepia. De nuevo, mera ilusión, no es necesario buscar la lógica absoluta en todo.
Ahora, por un momento, podemos parar y dejarnos llevar por el placer de contemplar , conscientes de que siempre somos observados.
Rebeca Padín.

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